Historia y cría
Si se echa un vistazo a la historia del bulldog inglés, es posible apreciar rápidamente de dónde procede esta aparente contradicción en su carácter. Casi ninguna otra raza, en el transcurso de su historia, ha experimentado un cambio tan drástico. En pocas palabras: criado inicialmente como una «agresiva máquina bélica», siempre valiente en las peleas, se ha convertido en un perro familiar sensible y cariñoso que detesta la violencia.
Si se vuelve la vista atrás, a sus comienzos, descubrimos que el origen de esta raza se remonta al siglo VI a.C. cuando los fenicios, con objetivos comerciales, llevaron sus molosos a las islas británicas y allí los cruzaron con los grandes perros del lugar. La primera vez que se los mencionó fue en el siglo XIII con el nombre de Bonddog (del inglés bond, cadenas) o Bolddog (del inglés bold, audaz). Se cree que, en el año 1209, se organizaban peleas entre estos intrépidos perros y toros. Debido a su sorprendente audacia y a su fuerza, no se tardó en denominarlos Bullenbeißer, término de origen alemán que significa literalmente «mordedor de toros». La lucha con toros dio a conocer a estos fuertes perros durante la Edad Media y les otorgó su actual nombre: bulldog. Del siglo XVI al XVIII, el llamado hostigamiento de toros (Bull Baiting) se convirtió en Gran Bretaña en un espectáculo y acontecimiento social muy apreciado, en el que el pueblo, a menudo, apostaba grandes sumas de dinero. Muy pronto las luchas con toros se extendieron también a otros animales como osos, primates e incluso leones. Las peleas puramente caninas, en las que dos perros se enfrentan entre sí, eran populares en esa época. En aquel entonces, el bulldog era considerado un mero animal de pelea y su cría se centraba en los rasgos que le propiciarían mayor éxito en la lucha. Mientras que su carácter debía caracterizarse por el valor y la agresividad, en su aspecto exterior primaban una mandíbula ancha y una nariz lo más chata posible, que le permitiesen morder al toro y poder inspirar aire suficiente.
Cuando en 1835, el Gobierno de Gran Bretaña prohibió las crueles peleas de canes, dejó de existir el propósito principal de la cría del bulldog. Como consecuencia de ello, el entonces apreciado perro de pelea desapareció casi por completo. Estuvo, supuestamente, en vías de extinción; tras esa fachada de animal de pelea nadie en aquella época supo reconocer su gran capacidad de adaptación y su amabilidad y situarlos como nuevos objetivos de la reproducción. A mediados del siglo XIX comenzó la cría de una nueva clase de bulldog, caracterizada por su carácter amable y pacífico, en la que se rechazaban los comportamientos agresivos y la predisposición para la lucha. En el año 1864, el recién fundado Bulldog Club presentó un primer estándar de la raza. La asociación no tardó en disolverse, pero en 1875 se constituyó el Bulldog Club Incorporated, que mantuvo la esencia de este estándar y se convirtió en el regulador de la cría de ahí en adelante. Gracias a su sabia elección en cuanto a la cría de estos animales, los criadores lograron convertir el antes animal de pelea en un perro familiar, amable y aceptado, que rápidamente llevó su alegría a los hogares. El bulldog, con su carácter flexible y su elegancia, se convirtió en el acompañante del gentleman británico, y por extensión, en una suerte de perro nacional británico.
Por desgracia, en los años posteriores, se ha producido una cría excesivamente selectiva de la raza. La búsqueda exagerada de sus rasgos típicos, como una cabeza extremadamente grande, una nariz demasiado chata, una cara enormemente arrugada y unas patas muy cortas han derivado, en algunos casos, en patologías y malformaciones. Los problemas respiratorios y de fertilidad sumados a la anchura de los hombros, el grosor de la cabeza y la estrechez de las caderas tienen como consecuencia que la mayoría de las hembras criadas con estas características ya no sean capaces de dar a luz de manera natural. La tasa de cesáreas es superior al 80 %.
Con el objetivo de contrarrestar la cría y la selección excesivas, en el año 2009, el British Kennel Club —la Federación Cinológica Británica— determinó un nuevo estándar de la raza, a pesar de las múltiples protestas por parte de los numerosos criadores reconocidos. A partir de entonces, la salud y el bienestar del perro debían pasar a considerarse prioritarios en la cría de la raza. La Federación Cinológica Internacional (FCI), en octubre de 2010, adoptó ese mismo estándar, válido a día de hoy.